Todo lo que echamos en falta
		
		
				
				
		
			
				
					Todo lo que echamos en falta
Muere Adolfo Suárez, el líder que cambió la historia de España
No hay ninguna regla general que explique el éxito político de un  líder. Algunos se fijan en su capacidad para lograr resultados  palpables, otros en sus atributos carismáticos, en ese intangible que  los hace especiales, en su gran capacidad de convicción o en otras  virtudes varias. El caso de Suárez  es atípico porque nada nos permitía atisbar en sus inicios todo lo que  atesoraba. Visto desde la política de hoy, su trayectoria tuvo un efecto  inverso a lo que suele ser la pauta en nuestros días. Ahora pasamos  siempre de la ilusión por un nuevo liderazgo a la casi inmediata  decepción. Con Suárez ocurrió lo contrario, nadie daba un duro por él  -¡un hombre del régimen!- y se reveló como una auténtica mina. En  realidad era un líder sin referentes, sin escuela democrática, se movía  por instinto, por olfato y a golpe de una aparente improvisación. Y, sin  embargo, enseguida resultó evidente que tenía un plan bien trazado al  que se arrojó con sus rasgos personales más característicos, la audacia,  la valentía, la flexibilidad y un cierto funambulismo lúcido, que  moderaba también con grandes dosis de mesura estoica.
 Volviendo a la pregunta inicial, lo que hizo especial a Suárez fue  que era el hombre adecuado en el momento oportuno. Con el tiempo resultó  evidente que estaba más dotado para situaciones excepcionales que para  la “política normal”. Tenía poca capacidad como hombre de partido. De  hecho, en ese grupo de notables que se integraron en la UCD, fue siempre  un lobo solitario y nunca consiguió adaptarse de nuevo a la política  democrática ya consolidada. Tampoco tenía especiales cualidades de  comunicación pública, pero era imbatible en el cuerpo a cuerpo. Aun así  supo sintonizar como ninguno con las demandas de la ciudadanía, que fue  galvanizando adecuadamente e integrando en su hoja de ruta. En eso  encajó como un guante en lo que Maquiavelo decía de los “fundadores de  Repúblicas”, que buscaban crear un orden político compuesto de  ciudadanos virtuosos y activos, y no un conjunto de súbditos meramente  obedientes.
 Poseía, sí, capacidad de liderazgo y capacidad de decisión y control  de los tiempos, esos recursos tan escasos en nuestros días. Pero, sobre  todo, una inmensa habilidad para generar consensos, para adicionar  voluntades en la persecución de lo que él siempre consideró que era su  destino, la implantación del régimen democrático. Decidir, consensuar,  interés público por encima del interés partidista, sintonizar con la  ciudadanía.. ¿Les suena a algo? Seguramente a todo aquello que hoy  echamos en falta. Suárez está al inicio de un proceso que hoy da  muestras de agotamiento y que ha caído, como bien dice Andrés Ortega, en  un fallo multiorgánico. Precisamos un “nuevo comienzo”, como decía  Maquiavelo que era imperativo para situaciones de “crisis de la  República”. Si el acto de la Fundación es el “acto político por  excelencia” (H. Arendt), el de la refundación no lo debe de ser menos.  Hoy es obvio que nos faltan líderes de ese fuste, políticos y no meros  gestores. Iniciar o reiniciar algo significa “actuar”, “llevar la  iniciativa”, poner algo en marcha, cualidades todas de las que Suárez  siempre hizo gala y que hoy se nos han desvanecido. Puede que su figura,  con todas sus luces y sombras, todavía consiga hacer otra contribución a  su patria, servir de ejemplo para impulsar ese “reseteo” del sistema  democrático que tanto necesitamos.
Fuente: F. Vallespín.
				
			 
			
		 
			
				
			
			
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