sapoliso
20/08/2013, 06h40
¿Otra edición de la Liga de dos? La respuesta tiene dos letras, la palabra es una sola. Dos cada día son más ricos y cada vez fichan más, mientras que el resto cada día son más pobres y cada día venden más para no desaparecer. En Can Barça, Martino, enamorado de los arcanos del juego y estudioso de los conceptos tácticos del equipo, comienza con buen pie. Recuperando esa presión asfixiante arriba, que permite ahogar la salida del rival, que brinda al Barça la posibilidad de robar cerca del área contraria y que se antoja un arma definitiva si a su equipo le respeta el físico en una temporada tan exigente. Al calor del ideario del Tata emerge la figura de Fàbregas, que ayer se puso el esmoquin para volver a demostrar lo que es: un jugador de clase mundial, con visión periférica del juego y un pie de oro. El pobre Levante, lejos de poder competir y sin argumentos para oponer resistencia en su área, le calló una manta de goles. Messi, el mejor del mundo, que ahora también presiona con la ilusión de un juvenil, volvió a reclamar protagonismo. Sólo él sabe cual es su techo en el capítulo realizador. La primera goleada culé reafirma que, con el regreso de la presión arriba, el Barça ganará muchos partidos en la primera media hora, en mitad de unas avalanchas imparables y un alud de juego. Como el primer año de Pep.
Al otro aspirante, el Madrid aún le faltan rodaje y equilibrio. Su balance defensivo sigue sin ser convincente, el equipo se parte con demasiada frecuencia y peca de ausencia de malicia de cara a puerta. Bale lleva siendo cuestión de horas desde hace meses, pero el delantero centro de primera fila lleva siendo cuestión de meses desde hace años. Después está la portería. Después de las turbulencias del año pasado, algunos abrazaron la teoría de que Casillas volvería a una situación confortable. Decían que Ancelotti se limitaría a ser un mero alineador, un técnico complaciente, abonado a decisiones tan cómodas como políticamente correctas. Ayer esa teoría saltó por los aires: suplencia para Casillas y galones para Diego López, que sí hizo la pretemporada completa con el equipo. Uno de los dos porteros abrirá la puerta grande del Bernabéu. El otro, sea quien sea, acabará con una cornada en la femoral. De puerta grande también sabe Isco, un fichaje que enamora al socio y tiene ángel. Ayer su testarazo abrochó un triunfo agónico de un Madrid sobre el que el periodismo esboza primeras conclusiones que aún no pueden ser definitivas.
Más allá de la vía láctea inalcanzable de millones azulgranas y blancos, asoma el Atlético de Simeone. Ese equipo al que le han vendido a Falcao mientras el periodismo sigue sin preguntarse dónde está el dinero recaudado por el colombiano, porque el socio no tiene respuestas en forma de los refuerzos exigidos por su entrenador. Sin el mejor 9 del mundo, al menos, el conjunto mantiene su estructura y sigue siendo reconocible: es un equipo de autor, programado para cualquier guerra. Anoche pudo con un buen Sevilla, dicho sea de paso, en proceso de reconstrucción. Liderado por Diego Costa, ese torbellino inclasificable al que le encanta el olor del napalm por la mañana, el Atlético se llevó el triunfo con detalles de Óliver Torres, ese niño que juega como un veterano, y de Cebolla, con un golazo que hizo llorar al Sevilla. El Atlético se estrenó como acabó el año pasado: peleando como un pequeño para llegar a ser grande. Por ese camino, no se despeñará. Eso sí, para vender humo, que no busquen a Simeone. Él sabe que las diferencias entre los dos de siempre y su Atlético, el primero de los empobrecidos por las deudas que Gil acumuló, sigue siendo sideral. Otra cosa es que Simeone se resigne. Competirá con lo que tiene y hasta el final. Ahora bien, sus grandes enemigos no son Madrid o Barça, sino sus jefes, esos que funcionan cual agencia de compra-venta de jugadores. Ellos sí le pueden desmantelar el equipo.
Al otro aspirante, el Madrid aún le faltan rodaje y equilibrio. Su balance defensivo sigue sin ser convincente, el equipo se parte con demasiada frecuencia y peca de ausencia de malicia de cara a puerta. Bale lleva siendo cuestión de horas desde hace meses, pero el delantero centro de primera fila lleva siendo cuestión de meses desde hace años. Después está la portería. Después de las turbulencias del año pasado, algunos abrazaron la teoría de que Casillas volvería a una situación confortable. Decían que Ancelotti se limitaría a ser un mero alineador, un técnico complaciente, abonado a decisiones tan cómodas como políticamente correctas. Ayer esa teoría saltó por los aires: suplencia para Casillas y galones para Diego López, que sí hizo la pretemporada completa con el equipo. Uno de los dos porteros abrirá la puerta grande del Bernabéu. El otro, sea quien sea, acabará con una cornada en la femoral. De puerta grande también sabe Isco, un fichaje que enamora al socio y tiene ángel. Ayer su testarazo abrochó un triunfo agónico de un Madrid sobre el que el periodismo esboza primeras conclusiones que aún no pueden ser definitivas.
Más allá de la vía láctea inalcanzable de millones azulgranas y blancos, asoma el Atlético de Simeone. Ese equipo al que le han vendido a Falcao mientras el periodismo sigue sin preguntarse dónde está el dinero recaudado por el colombiano, porque el socio no tiene respuestas en forma de los refuerzos exigidos por su entrenador. Sin el mejor 9 del mundo, al menos, el conjunto mantiene su estructura y sigue siendo reconocible: es un equipo de autor, programado para cualquier guerra. Anoche pudo con un buen Sevilla, dicho sea de paso, en proceso de reconstrucción. Liderado por Diego Costa, ese torbellino inclasificable al que le encanta el olor del napalm por la mañana, el Atlético se llevó el triunfo con detalles de Óliver Torres, ese niño que juega como un veterano, y de Cebolla, con un golazo que hizo llorar al Sevilla. El Atlético se estrenó como acabó el año pasado: peleando como un pequeño para llegar a ser grande. Por ese camino, no se despeñará. Eso sí, para vender humo, que no busquen a Simeone. Él sabe que las diferencias entre los dos de siempre y su Atlético, el primero de los empobrecidos por las deudas que Gil acumuló, sigue siendo sideral. Otra cosa es que Simeone se resigne. Competirá con lo que tiene y hasta el final. Ahora bien, sus grandes enemigos no son Madrid o Barça, sino sus jefes, esos que funcionan cual agencia de compra-venta de jugadores. Ellos sí le pueden desmantelar el equipo.